Música de cámara de Ludwig van Beethoven

Ludwig van Beethoven retratado por J. K. Stieler en 1820 (detalle)


La obra del músico alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827) es universalmente conocida por sus nueve sinfonías, sus cinco conciertos para piano y sus sonatas, romanzas, variaciones y bagatelas para diversas agrupaciones instrumentales con las que irrumpió en la música europea en los últimos años del siglo XVIII y el primer tercio del XIX.
Quiso acercarse a todos los géneros y a todos lo hizo recogiendo la monumental herencia del barroco tardío y de las formaciones de música de cámara del clasicismo que Haydn y Mozart habían dejado establecidas y, al mismo tiempo, innovando y preparando un nuevo camino que inauguraría el romanticismo hegemónico de la mayor parte del siglo XIX.
Los historiadores de la música tienden a no incluir la sonata como género en el conjunto de música de cámara, entendida esta como la interpretada por un reducido e impreciso número de instrumentistas en el que cada uno toca una parte diferente sin la presencia o asistencia de un director.
Por tanto, y en contraposición a la música ejecutada por orquestas de mayor tamaño, la orquesta de cámara no suele superar los diez o doce instrumentos, generalmente de cuerda y viento, cuya música puede ser ejecutada y escuchada en un espacio reducido, como salones particulares o pequeñas salas de conciertos, formando distintas agrupaciones: dúo sonata (solista acompañado de piano), trío (dos instrumentos de cuerda y piano), trío de cuerdas (violín, viola y violonchelo), cuarteto de cuerdas (dos violines, viola y violonchelo), quinteto de cuerdas (dos violines, dos violas y violonchelo) y quinteto de viento (flauta, oboe, clarinete, trompa y fagot), entre las más habituales desde principios del siglo XVIII y algunas de las más consolidadas en nuestro tiempo.
El tránsito de un periodo artístico al siguiente nunca es sencillo de establecer, pero si hay en la historia de la música un compositor que diferencie con claridad el paso de uno a otro, en este caso el del clasicismo al romanticismo, entonces se trata de Ludwig van Beethoven. Leer Más

Don Quijote de la Mancha: «No quiero perro con cencerro»

Don Quijote de la Mancha (1.ª parte, cap. XXIII, 6) · Fotografía: Raflo Kroll


Don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes (cap. XXIII, 6): «De lo que le aconteció a don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta historia se cuenta: No quiero perro con cencerro»


Y, así, picó a Rocinante, y siguióle Sancho con su acostumbrado jumento, y, habiendo rodeado parte de la montaña, hallaron en un arroyo caída, muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada21, todo lo cual confirmó en ellos más la sospecha de que aquel que huía era el dueño de la mula y del cojín.
Estándola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas, por cima de la montaña, pareció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote y rogóle que bajase donde estaban. Él respondió a gritos que quién les había traído por aquel lugar, pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras, o de lobos y otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que de todo le darían buena cuenta. Bajó el cabrero, y en llegando adonde don Quijote estaba, dijo:
—Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa hondonada. Pues a buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar. Díganme, ¿han topado por ahí a su dueño? Leer Más

Odisea: «Y quebró las olas hasta que pudo escapar de la muerte y el destino»

ODS 053 (canto V, 333-387). Fotografía: Lewis W. Hine (Fall River, Massachusetts, 1916).jpg


Odisea, de Homero (canto V, 333-387): «Odiseo llega a Esqueria de los feacios: Y quebró las olas hasta que pudo escapar de la muerte y el destino»


Entonces vio a Ino18, la de hermosos tobillos, que antes había sido mortal dotada de voz y ahora participaba del honor de los dioses en el fondo del mar. Se apiadó de Odiseo al contemplarle abrumado por la fatiga, emergió como una gaviota y, posándose en la balsa construida con muchas ataduras, le dijo:
—¡Desdichado! ¿Por qué Poseidón, que sacude la tierra, se ha encolerizado contigo para sembrarte tantos males? No te destruirá por mucho que lo desee. Haz lo que voy a decir, pues me parece que no te falta prudencia: quítate esos vestidos, deja que la balsa sea arrastrada por los vientos y trata de alcanzar nadando la tierra de los feacios, donde es tu destino que te salves. Extiende este velo inmortal bajo tu pecho y no temas padecer ni morir. Y en cuanto toques con tus manos la tierra firme, quítatelo, arrójalo al vinoso ponto y apártate lejos.
Dichas estas palabras, la diosa le entregó el velo, y semejante a una gaviota, se sumergió en el alborotado ponto y una negra ola la ocultó. Mas el divinal Odiseo estaba indeciso y habló de esta manera a su corazón magnánimo: Leer Más

Las uvas de la ira: «Están ocurriendo cosas. Las tierras están vacías. Las casas están vacías»

Las uvas de la ira (cap. X, 3) · Fotografía: Russell Lee (Divide County, North Dakota, 1939)


El viejo acercó una caja y se sentó pesadamente en ella.
—Sí, señor —asintió—. Y ya va siendo hora, por cierto. Mi hermano se marchó para allá hace cuarenta años. No volví a saber nada de él. Era un escurridizo hijo de puta. Nadie le quería. Se largó llevándose un Colt de acción simple que era mío. Si alguna vez llego a encontrarle a él o a sus hijos, en el caso de que tenga alguno en California, les preguntaré por ese Colt. Pero le conozco, y si tuvo algún hijo, seguro que lo colocó como hacen los cucos y lo ha criado alguna otra persona. Me alegraré cuando lleguemos allí. Tengo el presentimiento de que hará de mí un hombre nuevo. Poder empezar de inmediato a trabajar en la fruta.
Madre asintió.
—Te aseguro que es lo que pretende. Estuvo trabajando hasta hace tres meses, hasta la última vez que se desencajó la cadera.
—Exactamente —dijo el abuelo.
Tom miró hacia el exterior desde su asiento en el escalón del umbral de la puerta.
—Aquí viene el predicador, por detrás del granero.
Madre comentó:
—Esa bendición que nos echó esta mañana es la más rara que he oído en mi vida. En realidad, no era tal. Solo hablaba, pero sonaba como una bendición. Leer Más

Don Quijote de la Mancha: «Es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de sobresaltos y visiones»

Don Quijote de la Mancha (1.ª parte, cap. XXIII, 5) · Fotografía: Philip McKay


Don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes (cap. XXIII, 5): «De lo que le aconteció a don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las más raras aventuras que en esta historia se cuenta: Es conmigo el miedo, que me asalta con mil géneros de sobresaltos y visiones»


Yendo, pues, con este pensamiento, vio que por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía iba saltando un hombre de risco en risco y de mata en mata con estraña ligereza. Figurósele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados20, los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrían unos calzones, al parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos, que por muchas partes se le descubrían las carnes. Traía la cabeza descubierta, y aunque pasó con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias miró y notó el Caballero de la Triste Figura, y aunque lo procuró, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas, y más siendo él de suyo pasicorto y flemático. Luego imaginó don Quijote que aquel era el dueño del cojín y de la maleta, y propuso en sí de buscalle, aunque supiese andar un año por aquellas montañas, hasta hallarle, y, así, mandó a Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte de la montaña, que él iría por la otra, y podría ser que topasen con esta diligencia con aquel hombre que con tanta priesa se les había quitado de delante. Leer Más