Las uvas de la ira (cap. X, 2) · Fotografía: Russell Lee (Webbers Falls, Oklahoma, 1939)


—Es un buen sistema —concedió, y llenó su cubo con agua calentada sobre el fogón, introdujo ropas sucias y empezó a empujarlas dentro del agua jabonosa.
—Sí, es buen sistema. Pero me gusta pensar lo bien que estaremos, a lo mejor, en California, donde nunca hace frío y la fruta crece por todas partes. La gente vivirá en los lugares más hermosos, en casitas blancas levantadas entre los naranjos. Me pregunto…, es decir, si todos conseguimos un empleo y todos trabajamos, tal vez podamos comprar una de esas casitas blancas. Y los pequeños saldrán a recoger naranjas del mismo árbol. No podrán aguantarlo, gritarán como locos.
Tom la miró trabajar y sus ojos sonrieron.
—Ya estás mejor solo de pensar en ello. Yo conocí a uno de California. No hablaba igual que nosotros. Con oírle hablar, ya sabías que debía de ser de algún lugar lejano. Pero decía que ahora mismo hay demasiada gente buscando trabajo por allí. Y que los que recogen la fruta viven en viejos campamentos sucios y apenas sacan lo suficiente para comer. Que los salarios son bajos y es difícil encontrar trabajo.
Una sombra cruzó el rostro de la madre.
—No, no, no es así —dijo—. A tu padre le dieron un panfleto en papel amarillo que decía que hace falta gente para trabajar. No se tomarían tantas molestias si no hubiera trabajo en abundancia. Les cuesta su dinero hacer los panfletos. ¿Para qué querrían mentir, si encima les cuesta dinero?
Tom meneó la cabeza.
—No lo sé, madre. Es difícil imaginarse por qué lo han hecho. Tal vez… —Miró el rojo sol brillando en la tierra roja.
—¿Tal vez qué?
—Tal vez sea hermoso, como tú dices. ¿Dónde ha ido el abuelo? ¿Y el predicador?
Madre salía de la casa llevando un montón alto de ropa en los brazos. Tom se apartó a un lado para dejarla pasar.
—El predicador dijo que iba a dar una vuelta. El abuelo está durmiendo aquí, en la casa. Durante el día viene aquí y a veces se acuesta.
Caminó hasta la cuerda y comenzó a colgar en el alambre tejanos descoloridos, camisas azules y calzoncillos largos de color gris. Tom oyó detrás de él un arrastrar de pies y se volvió a mirar. El abuelo salía del dormitorio y, al igual que por la mañana, intentaba abrocharse los botones de la bragueta.
—Oí voces —dijo—. Hijos de puta, que no dejan dormir a un viejo. Desgraciados, quizás cuando os hagáis viejos aprendáis a dejar dormir a uno.
Sus dedos furiosos acabaron por desabrochar los dos únicos botones de la bragueta que estaban abrochados. Su mano olvidó lo que había estado intentando hacer. Metió la mano y se rascó con satisfacción bajo los testículos. Madre entró con las manos húmedas y las palmas arrugadas e hinchadas del agua caliente y el jabón.
—Creí que estabas durmiendo. Venga, déjame que te abroche la ropa. —Aunque intentó resistirse, ella lo agarró y le abrochó la camiseta, la camisa y la bragueta—. Ve a dar un paseo.
Él farfulló indignado:
—Uno se convierte en un… en un… cuando alguien le tiene que abrochar la ropa. Quiero que me dejen abrocharme mis propios pantalones.
Madre dijo con guasa:
—En California no permiten que la gente vaya por ahí con la ropa desabrochada.
—No, ¿eh? Bueno, yo les voy a enseñar. ¿Se creen que me van a enseñar cómo tengo que comportarme? Pues si me da la gana iré por ahí con los huevos colgando.
Madre dijo:
—Parece que cada año que pasa es más malhablado. Supongo que lo hace por llamar la atención.
El anciano adelantó la barbilla sin afeitar y examinó a madre con ojos astutos, maliciosos y alegres.
—Sí, señor —dijo—, dentro de poco emprenderemos viaje. Y estoy seguro de que allí hay uvas colgando junto a la carretera. ¿Sabéis lo que voy a hacer? Me voy a llenar una bañera de uvas, me voy a sentar dentro y voy a menearme hasta que el zumo me corra por todas partes.
Tom rio.
—Seguro que, aunque llegue a tener doscientos años, el abuelo nunca será disciplinado —dijo—. Estás decidido a ir, ¿verdad, abuelo?


Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck (cap. X, 2). Fotografía: Webbers Falls, Oklahoma, 1939 (Russell Lee). Anterior: «No dejes que tu fe vuele tan alto y no tendrás que arrastrarte con los gusanos». Siguiente: «Están ocurriendo cosas. Las tierras están vacías. Las casas están vacías».