El asfalto de la carretera estaba bordeado de una maraña de hierba seca, enredada y quebrada, y las puntas de las hierbas estaban cargadas de barbas de avena preparadas para pegarse en el pelo de los perros; con colas de zorra destinadas a enredarse en los menudillos de un caballo y tréboles espinosos listos para fijarse en la lana de las ovejas; vida latente esperando ser esparcida y dispersada, cada semilla equipada con un dispositivo de dispersión, dardos retorcidos y paracaídas para el viento, pequeños arpones y bolas de espinas diminutas, todos esperando a los animales y al viento, a los bajos de un pantalón de hombre o el borde de la falda de una mujer, pasivas todas pero armadas con mecanismos de actividad, quietas pero aptas para el movimiento.


Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck (cap. III, 1). Fotografía: Muskogee, Oklahoma, 1940 (Russell Lee). Anterior: «Echó a andar por el camino de tierra». Siguiente: «Ante ella se levantó el terraplén de la carretera».