
Fran Vega
Los universos son más tácitos que implícitos
Fotografía: Detroit Publishing Company
No he dejado de pensar en las últimas semanas en lo que dijo Ercilio en la oficina acerca de esos modernos rudimentos donde ciudadanos que no se conocen hablan entre ellos para poder seguir sin conocerse. Y cuantos más ratos pasan, menos capaz soy de comprenderlo, tal vez porque esas peripecias que ocurren por usanza en los orbes de mentira o de ficción —virtuales o ilusorios, que no recuerdo bien ahora cómo los llaman— me parecen tan insólitas y ajenas como aquella provincia en la que estuve cuando era jovencito y petimetre para disputar una carrera de sacos con la Unión Deportiva San Onofre. El caso es que Justito, el sobrino de Tadeo que sirve gaseosas en el cafetín y usa calzado de ejercitarse en el deporte, mencionó esta temática cuando vio la fotografía del bisabuelo Conrado y el abuelo Conradino que yo mismo llevé para que mis amistades supieran que mis ancestros fueron también auténticos ases de la pesca con señuelo y emboscada y grandes ilustrados sobre los seres pisciformes. Venerando se sumó enseguida al parloteo, quizá porque ahora es subconcejal de Acequias, Banderines y Cloacas y sabe mucho de los inframundos, pero Imeldo y Felixín estuvieron de acuerdo conmigo y concluyeron al unísono que no hay nada cardinal en la existencia conterránea que no pueda ser compartido junto a un velador cafetinesco y una buena gaseosa, aunque no indicaron si eso debe hacerse antes o después de la partida de guiñote. De lo que sí estoy seguro es de que en el cafetín se dan cita los personajes más cabalérrimos y doctos de nuestra excelsa subcomarca y que el contento y la alegría que nos unen son la mejor demostración de que los universos adyacentes son más tácitos que implícitos y que lo más probable es que estén hueros y sean anodinos. Voy a comprar media torrija y unas rosquillas almendradas, que ya asoma la primavera.
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© Fran Vega, 2018