
Fran Vega
Cuando la luz del invierno regrese de nuevo
Fotografía: Juan Muñiz
Nos despertábamos temprano, cuando aún era de noche, y nos llamábamos unos a otros con mucho frío y mucha urgencia, convencidos de que en la otra punta de la casa el despacho de mi padre custodiaba todo aquello que habíamos pedido y quién podía saber cuántos regalos más. Tras los cristales esmerilados era imposible distinguir paquetes y envoltorios, pero alguno de nosotros adivinaba a oscuras lo que estaba allí guardado e incluso la correcta distribución de los juguetes. Y pasábamos un buen rato de nerviosismo y comentarios hasta que mi padre llegaba desde el pasillo simulando un gran despiste y preguntando qué ocurría, para añadir casi sin mirarnos el olvido de la llave y fingir su intensa búsqueda en cajones y bolsillos, pequeña argucia y tradición que aumentaba nuestro anhelo hasta que se abrían las dos hojas de la puerta y las luces iluminaban tantas cosas que costaba separar lo que a cada uno ya le pertenecía tras las cartas redactadas y tantos desvelos como habíamos tenido. Doce meses de espera quedaban dibujados y en un instante el suelo se llenaba de cajas y papeles con instrucciones que no llegaríamos a leer, como tampoco leeríamos nunca las que encontraríamos después en cada curva de los años.
Y hoy miramos con alma de adultos los inviernos pasados y regresan sonidos que nunca quisimos perder, aromas mezclados en la cocina de leña, bromas infantiles que en ocasiones asoman y estampas guardadas de quienes un día estuvieron, piezas complejas que a veces se unen y forman retratos y espejos de todo aquello que fuimos un día, cuando la luz del invierno regrese de nuevo y tengamos los ojos puestos en él.
Crónica anterior «Noches de magia y de prodigios» *** Inicio Crónicas de Hiparco
© Texto: Fran Vega, 2012
© Fotografía: Juan Muñiz, 2012