La cabeza de Medusa (1597), de Caravaggio.
Óleo sobre lienzo (60 × 55 cm). Galería de los Uffizi, Florencia.


En la mitología griega, Medusa (‘guardiana’ o ‘protectora’) era un monstruo formado por un cuerpo de mujer cuya cabellera estaba compuesta por serpientes venenosas y cuya mirada petrificaba a quien se atreviera a acercarse a ella. Sin embargo, Perseo logró aproximarse utilizando el reflejo de su escudo para hallarla sin necesidad de mirarla, la decapitó y a partir de entonces utilizó su cabeza como protección para que petrificara a sus enemigos. De la sangre que manó del cuello de Gorgona nació Pegaso, el caballo alado.
Caravaggio se inspiró directamente en la narración mitológica para componer en Testa di Medusa lo que en realidad es una rodela, es decir, un tipo de escudo pequeño y circular que solía emplearse en los torneos ecuestres. El habitual dramatismo manierista del maestro milanés queda explícito en la expresión de la fiera en el momento de ser decapitada, cuyos ojos de pánico se asemejarían a los de quienes se acercaban a ella y quedaban petrificados ante su mirada. Los abundantes chorros de sangre que manan de su cuello causaron estupefacción en el público de la época, así como las numerosas serpientes que componen su cabellera.
Sin embargo, para un artista como Rubens sirvió de inspiración para componer hacia 1618 su propia representación de la Medusa, cuya horrible imagen no tiene nada que envidiar a la impresionante representación de Caravaggio, que llegó así a Roma precedido de una fama que no le abandonaría en lo que le quedaba de vida.

La cabeza de Medusa (h. 1618), de Pieter Paul Rubens.
Óleo sobre lienzo (68,5 × 118 cm). Kunsthistorisches Museum, Viena.